Una amiga mía dice que “la felicidad es un trayecto”. Y la frase tiene toda la razón: No cabe duda que a lo largo de nuestra vida, casi nuestro único objetivo es conseguir la felicidad. Dentro del concepto de felicidad incluimos todo aquello que anhelamos y que pensamos nos va a ayudar a ser eso tan subjetivo y sin medida que se llama “Felicidad”, que no “ponernos contentos”. Desde la complejidad de que el hombre feliz es el que no tiene camisa, a la simpleza, y no menos profunda, de la felicidad es tener salud. Ambas expresiones recogen toda una filosofía de vida y de entender lo que somos. Encontrar la felicidad es encontrar la piedra filosofal. Es encontrar el Santo Grial de la esencia de la vida. Quizás la felicidad es pensar que la encontramos en aquello que no tenemos y a la vez nos motiva para alcanzarlo. Pero lo que no cabe duda es que es un trayecto a no se sabe dónde.
Disfrutar de las cosas cercanas nos acerca a la utopía de la felicidad. Nos acercamos por unos instantes de ternura, por una rosa, pero sobre todo por las personas que nos rodean y que nos aportan algo tan falto: lealtad.
Lealtad, un valor en baja y que nos aporta unas grandes dosis de confianza en uno mismo y es una luz en el trayecto de la felicidad.
No os desviéis del camino que lleva a la utopía de la felicidad.
Bien, menos trascendente pero no menos intenso es la poesía. Sea cual sea. La poesía siempre expresa en palabras libres, a veces en formas poco convencionales, un deseo del alma que no suele coincidir el deseo de la razón. Mi afición por ella y mis alaridos poéticos no son un secreto. Aquí queda otra muestra más. No sabéis bien lo que os agradezco la lectura. Si la poesía no la compartes, es como si hablaser solo.
Escribir en tu cuerpo hubiera querido
todo lo que te amé y aún te amo,
dibujando las letras con la pluma de mis labios.
Triste y vacío, pero con todas mis fuerzas, pido
que el inacabado cuaderno de los dos, quede cerrado
al morir yo en ti, y a los demás para siempre escondido.
Rezo para que la inmortalidad de nuestro pasado
la guarden el sol y la luna, los eternos enamorados,
para mí y para ti (yo sin ti), y locos apasionados.
Nuestro tiempo ha sido como la brisa en los árboles,
un lento, suave y efímero caminar de los dos, desperezando el bosque,
refrescando las ramas de los caminos, hoy y para mí, ocres.
¡Cuánto te amé y aún te amo!
Pues ahí queda. Así ha salido y así se quedará. No habrá correcciones futuras.
Pues a brindar con vino tinto y las rosas más rojas (¿Hay rosas verdes?) que encontréis.
La música. Hoy he estado escuchando a mi admirado Aute, no puedo evitar que me llene de motivos. Aquí os dejo algo que vale la pena escuchar muy atentamente. Incluso más de dos veces. Sin tu latido. Besos y abrazos e intentar ser felices.